Carta de un paciente a su doctor

El 20 de mayo de 1985 fallecía en Pamplona el doctor Eduardo Ortiz de Landázuri. Él, que había dedicado todas sus energías, capacidad intelectual y entraña humana a los enfermos, pasó de médico a paciente al final de su vida con la mayor naturalidad, convencido de que “el Señor acampa siempre junto al enfermo”. Fruto de ese trato profesional y cercano, es la carta que un paciente ocasional le escribió y que fue publicada en diversos periódicos de la época.

Eduardo Ortiz de Landázuri durante una visita a una paciente en la Clínica Universidad de Navarra.

Un día de diciembre de 1983, Laura Busca, esposa de don Eduardo —modo en que le llamaban todos en el entorno de la Universidad de Navarra—, encontró en la papelera de la habitación del enfermo doctor una carta de un paciente agradecido. Una carta especial que no dudó en guardar y enviar más tarde a un amigo íntimo de su marido, que la remitió a otros, hasta que alguno decidió sacarla a la luz, cuando el médico ya había fallecido.

Zaragoza, 3 de diciembre de 1983

Amigo Eduardo Ortiz: Le llamo amigo aunque no nos conocemos. Ni soy del Opus Dei, ni sé lo que es. No tengo fe, aunque dice el cura que tengo esperanza de tenerla. No tengo caridad y me gustaría haberla tenido. Le escribo diciendo que no nos conocemos porque sólo nos hemos visto una vez, hace casi veinte años; soy uno de los 500.000 enfermos que usted dice que ha visitado.

Le escribo diciendo que no nos conocemos porque sólo nos hemos visto una vez, hace casi veinte años; soy uno de los 500.000 enfermos que usted dice que ha visitado

Me llamo A.F., era funcionario de una ciudad pequeña. Ahora no soy nada, un jubilado por el cáncer que, como usted, espera la muerte: en mi caso con miedo. Entre los dos hay grandes diferencias: usted es “religioso y apolítico”, yo “político y arreligioso”; usted habla de la muerte sin tristeza, yo, con miedo; usted dice que ha intentado pasar por la vida haciendo el bien que ha podido, yo he intentado pasar por la vida olvidando que se puede hacer el bien; usted cree en el Cielo, a mí, ahora, me gustaría creer. Antes consideré que no era cuestión mía.

¿Por qué le escribo esta carta? Una hermana mía, monja que vive en Pamplona, me mandó el “Diario” y pude leer su “mensaje a los que se mueren”. Después de leerlo, pensando en su cáncer y en el mío (en esto nos parecemos) me entró un deseo grande de ir también a su Cielo, en el que no creo. Me he confesado. Hacía unos veinte años que no lo hacía. La última vez después de la visita al doctor Eduardo Ortiz. Entre las medicinas que me recetó estaba el que me confesara. Como enfermo y miedoso lo hice; pero me puse bueno y me olvidé de todo.

Hace una semana, después de darle vueltas a su mensaje, llamé al cura. Me ha dicho que estoy perdonado. Yo le he dicho que me arrepiento para siempre

Hace una semana, después de darle vueltas a su mensaje, llamé al cura. Me ha dicho que estoy perdonado. Yo le he dicho que me arrepiento para siempre (posiblemente porque no volveré a estar bueno). ¿Qué me pasa que ya no puedo escribir a mano y muy mal a máquina? También le he dicho que no tengo fe, ni creo en el Cielo. Y el cura me dice que tenga paciencia y que rece por un sacerdote que está en el Cielo y que fue muy amigo del doctor Eduardo Ortiz.

Usted tiene 73 años, yo, 37. La edad no importa: a los dos nos queda poco para ir al otro mundo; a usted se lo han dicho “con claridad y caridad”, y a mí de “modo confuso y sin caridad”. Le escribo esta carta porque me parece que con ello hago el “primer bien de mi vida a un amigo”. Si yo recibiese de un enfermo esta carta me alegraría al saber que realmente a alguien “he hecho un bien”…, seguramente porque no soy como usted; soy vanidoso.

Doctor, si el Cielo existe y usted va al Cielo no deje que yo no vaya aunque, aun entonces, no crea. Gracias, doctor, por su mensaje. A.F.

(Carta publicada en varios periódicos, entre ellos La Verdad, de Murcia, el 16-I-1986).

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Narra Juan Antonio Narváez Sánchez en su libro El doctor Ortiz de Landázuri: Un hombre de ciencia al encuentro con Dios, que en el transcurso de una visita que le hizo su entrañable amigo Juan Francisco Montuenga, hablaron del contenido de esa carta.

El relato de la conversación, aportada por el interlocutor en la relación testimonial del proceso de beatificación, retrata muy bien la humildad, la humanidad y la fe de Eduardo Ortiz de Landázuri: “Aunque este enfermo me agradece lo que hice por él, todo lo hace Dios. Puedes tener la seguridad de que como médico, estoy totalmente convencido de que el Señor acampa siempre junto al enfermo. Les hace mucho bien. Sus oídos son mucho más sensibles y su vista mucho más profunda”.

“Es un misterio -continuó Eduardo- pero te puedo asegurar que a todos los enfermos les sucede lo mismo. Lo único que tenemos que hacer, los que estamos al lado del enfermo, es ayudar al Señor, porque todo lo hace Él. Después, en efecto, como este enfermo, se olvidan, nos olvidamos todos. Pero el Señor y los buenos amigos no se deben olvidar de él. Por esto, me gustaría encontrar su dirección para poderle acompañar como él me ha acompañado con su carta”.